ARTE POR ENCIMA DE TODO
Federico García Lorca
Queridos amigos:
Hace tiempo hice firme promesa de rechazar toda clase de homenajes,
banquetes o fiestas que se hicieran a mi modesta persona; primero, por
entender que cada uno de ellos pone un ladrillo sobre nuestra tumba
literaria, y segundo, porque he visto que no hay cosa más desolada que
el discurso frío en nuestro honor, ni momento más triste que el aplauso
organizado, aunque sea de buena fe. Además, esto es secreto, creo que
banquetes y pergaminos traen el mal fario, la mala suerte, sobre el
hombre que los recibe; mal fario y mala suerte nacidos de la actitud
descansada de los amigos que piensan: "Ya hemos cumplido con él".
Un banquete es una reunión de gente profesional que come con nosotros y
donde están, pares o nones, las gentes que nos quieren menos en la vida.
Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes yo organizaría
ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con
verdadera saña: "¿A que no tienes valor de hacer esto?" "¿A que no eres
capaz de expresar la angustia del mar en un personaje ?" "¿A que no te
atreves a contar la desesperación de los soldados enemigos de la
guerra?". Exigencia y lucha, con un fondo de amor severo, templan el
alma del artista, que se afemina y destroza con el fácil halago. Los
teatros están llenos de engañosas sirenas coronadas con rosas de
invernadero, y el público está satisfecho y aplaude viendo corazones de
serrín y diálogos a flor de dientes; pero el poeta dramático no debe
olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por
el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un
cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche
su gemido.
Huyendo de sirenas, felicitaciones y voces falsas, no he aceptado ningún
homenaje con motivo del estreno de Yerma; pero he tenido la mayor
alegría de mi corta vida de autor al enterarme de que la familia teatral
madrileña pedía a la gran Margarita Xirgu, actriz de inmaculada
historia artística, lumbrera del teatro español y admirable creadora del
papel, con la compañía que tan brillantemente la secunda, una
representación especial para verla.
Por lo que esto significa de curiosidad y atención para un esfuerzo
notable de teatro. doy ahora que estamos reunidos, las más rendidas, las
más verdaderas gracias a todos. Yo no hablo esta noche como autor ni
como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del
hombre, sino como ardiente apasionado del teatro de acción social. El
teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la
edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su
descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde
la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del
pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas,
puede achabacanar y adormecer a una nación entera.
El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde
los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y
explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento
del hombre. Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está
muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social,
el latido, histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su
paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a
llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa
que se llama "matar el tiempo". No me refiero a nadie ni quiero herir a
nadie; no hablo de la realidad viva, sino del problema planteado sin
solución.
Yo oigo todos los días, queridos amigos, hablar de la crisis del teatro,
y siempre pienso que el mal no está delante de nuestros ojos, sino en
lo más oscuro de su esencia; no es un mal de flor actual, o sea de obra,
sino de profunda raíz, que es, en suma, un mal de organización.
Mientras que actores y autores estén en manos de empresas absolutamente
comerciales, libres y sin control literario ni estatal de ninguna
especie, empresas ayunas de todo criterio y sin garantía de ninguna
clase, actores, autores y el teatro entero se hundirá cada día más, sin
salvación posible.
El delicioso teatro ligero de revistas, vodevil y comedia bufa, géneros
de los que soy aficionado espectador, podría defenderse y aun salvarse;
pero el teatro en verso, el género histórico y la llamada zarzuela
hispánica sufrirán cada día más reveses, porque son géneros que exigen
mucho y donde caben las innovaciones verdaderas, y no hay autoridad ni
espíritu de sacrificio para imponerlas a un público al que hay que domar
con altura y contradecirlo y atacarlo en muchas ocasiones. El teatro se
debe imponer al público y no el público al teatro. Para eso, autores y
actores deben revestirse, a costa de sangre, de gran autoridad, porque
el público de teatro es como los niños en las escuelas: adora al maestro
grave y austero que exige y hace justicia, y llena de crueles agujas
las sillas donde se sientan los maestros tímidos y adulones, que ni
enseñan ni dejan enseñar.
Al público se le puede enseñar, conste que digo público, no pueblo; se
le puede enseñar, porque yo he visto patear a Debussy y a Ravel hace
años, y he asistido después a las clamorosas ovaciones que un público
popular hacía a las obras antes rechazadas. Estos autores fueron
impuestos por un alto criterio de autoridad superior al del público
corriente, como Wedekind en Alemania y Pirandello en Italia, y tantos
otros.
Hay necesidad de hacer esto para bien del teatro y para gloria y
jerarquía de los intérpretes. Hay que mantener actitudes dignas, en la
seguridad de que serán recompensadas con creces. Lo contrario es temblar
de miedo detrás de las bambalinas y matar las fantasías, la imaginación
y la gracia del teatro, que es siempre, siempre, un arte, y será
siempre un arte excelso, aunque haya habido una época en que se llamaba
arte a todo lo que nos gustaba, para rebajar la atmósfera, para destruir
la poesía y hacer de la escena un puerto de arrebatacapas.
Arte por encima de todo. Arte nobilísimo. Y vosotros, queridos actores,
artistas por encima de todo. Artistas de pies a cabeza, puesto que por
amor y vocación habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas.
Artistas por ocupación y preocupación. Desde el teatro más modesto al
más encumbrado se debe escribir la palabra "arte" en salas y camerinos,
porque si no vamos a tener que poner la palabra "comercio" o alguna otra
que no me atrevo a decir. Y jerarquía, disciplina y sacrificio y amor.
No quiero daros una lección, porque me encuentro en condiciones de
recibirlas. Mis palabras las dicta el entusiasmo y la seguridad. No soy
un iluso. He pensado mucho, y con frialdad, lo que pienso, y, como buen
andaluz, poseo el secreto de la frialdad porque tengo sangre antigua. Yo
sé que la verdad no la tiene el que dice "hoy, hoy, hoy" comiendo su
pan junto a la lumbre, sino el que serenamente mira a lo lejos la
primera luz en la alborada del campo.
Yo sé que no tiene razón el que dice: "Ahora mismo, ahora, ahora" con
los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice
"Mañana, mañana, mañana" y siente llegar la nueva vida que se cierne
sobre el mundo.